sábado, enero 12, 2008
Ella hacia el Este en espejo 2
Lo primero que ve el viajero al llegar a Arcadia es el reflejo que le devuelve uno de los espejos que están repartidos por toda la ciudad. En las vidrieras, en las casas, los habitantes de Arcadia reciben algo diferente de lo que dan: el reflejo de alguien que no les es familiar, el reflejo de alguien desconocido. Los sabios del lugar sostienen varias hipótesis: los espejos devuelven imágenes del pasado o del futuro.
Ninguna es totalmente acertada: la ciudad intercambia las imágenes provocando encuentros, como aquel hombre que enloqueció de amor al ver a Wanda en el espejo retrovisor de su auto, pero, al volver la vista atrás, comprendió que también él era parte de la ciudad. Jamás la volvió a ver: Arcadia vacila entre el enigma y el azar, y nadie puede controlar o regular los infortunios que esto causa: el curso de una vida puede torcerse con un solo espejo, una mirada.
Es conocida en la ciudad la historia del hombre que tenía una tienda de objetos raros, antigüedades. Una noche antes de ir a dormir, hizo una recorrida del lugar, había descubierto que entre tantos objetos mudos tenía once espejos. Las imágenes que veía eran reales: una mujer, furiosamente bella, se desnudaba con lentitud; al lado, un espejo roto; en otro, un anciano leía un libro mientras sus hijos lo asesinaban; en otro, una niña de once se secaba las lágrimas después de haber escrito la primera carta de amor; en otro, ocho niños jugando con el perro que sus padres le habían regalado, y otros más.
Lúcido, como desvelado, comprendió el vendedor la extraña relación que tenía con los objetos. Dentro de la tienda pudo ver algo de lo que dicen fue una locura en Arcadia: el anciano a quien ya había visto en otro de los espejos se desvestía y descubría su cuerpo viejo y débil; la bella lloraba como una niña mientras leía la última carta amor; los niños guiaban al perro hacía el comedor mientras la madre asesinaba un ternero para la cena; once años tenía la niña que ahora leía el libro con la sabiduría de quien lo ha visto todo.
El viajero puede llegar a Arcadia e inmediatamente conocer los desvaríos de los espejos.
Anoche supe la historia de una mujer que vio en el espejo de su casa al hombre del que recordaba estar enamorada, y que al voltear se espantó: el hombre estaba ahí.
Ninguna es totalmente acertada: la ciudad intercambia las imágenes provocando encuentros, como aquel hombre que enloqueció de amor al ver a Wanda en el espejo retrovisor de su auto, pero, al volver la vista atrás, comprendió que también él era parte de la ciudad. Jamás la volvió a ver: Arcadia vacila entre el enigma y el azar, y nadie puede controlar o regular los infortunios que esto causa: el curso de una vida puede torcerse con un solo espejo, una mirada.
Es conocida en la ciudad la historia del hombre que tenía una tienda de objetos raros, antigüedades. Una noche antes de ir a dormir, hizo una recorrida del lugar, había descubierto que entre tantos objetos mudos tenía once espejos. Las imágenes que veía eran reales: una mujer, furiosamente bella, se desnudaba con lentitud; al lado, un espejo roto; en otro, un anciano leía un libro mientras sus hijos lo asesinaban; en otro, una niña de once se secaba las lágrimas después de haber escrito la primera carta de amor; en otro, ocho niños jugando con el perro que sus padres le habían regalado, y otros más.
Lúcido, como desvelado, comprendió el vendedor la extraña relación que tenía con los objetos. Dentro de la tienda pudo ver algo de lo que dicen fue una locura en Arcadia: el anciano a quien ya había visto en otro de los espejos se desvestía y descubría su cuerpo viejo y débil; la bella lloraba como una niña mientras leía la última carta amor; los niños guiaban al perro hacía el comedor mientras la madre asesinaba un ternero para la cena; once años tenía la niña que ahora leía el libro con la sabiduría de quien lo ha visto todo.
El viajero puede llegar a Arcadia e inmediatamente conocer los desvaríos de los espejos.
Anoche supe la historia de una mujer que vio en el espejo de su casa al hombre del que recordaba estar enamorada, y que al voltear se espantó: el hombre estaba ahí.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
A propósito de [Las ciudades invisibles], de Italo Calvino.
Ella: esta Arcadia me despistó al principio. La había asociado a Virgilio ó a Pan. Continuando con la lectura, no pude menos que recordar a Borges y sus espejos, que también son los míos.
El conjunto me hizo volar y me gustó, mucho.
Gracias.
Volvío el hombre espejo.
sí sí, siempre vuelve...
Publicar un comentario